23 abril 2006

Un término desperfilado

Desde hace tiempo, vemos que los diversos medios de comunicación que cubren las actividades del mundo del flamenco, sea esto dando cuenta de lo sucedido o anunciando lo que está por suceder, o en materia de promoción de discos, DVD, libros y otros, están cayendo con inusitada facilidad en la tentación de denominar con el calificativo de GENIAL, la obra de personas que, no hay razón para ponerlo en tela de juicio, son o han sido muy destacadas.
Según la lógica más primitiva, genial es cosa de genios y no estoy tan seguro de que en el flamenco, como en ninguna otra actividad del ser humano, los genios sean tan abundantes como para que de pronto aparezcan espontáneamente de cualquier parte y/o a raíz de cosas que otros ya han hecho antes muchas veces. Porque si en realidad hay tanta genialidad en el flamenco, bien podríamos compartirla con el mundo de la medicina, que vaya si los tiene también, pero mientras
más, mejor, y si “reforzamos” a la saga de genios de la medicina aportándole unos cuantos de los nuestros, lo mínimo que podemos esperar es que de aquí a unos meses descubran la cura para el cáncer.
En el ámbito del flamenco, ha habido artistas realmente talentosísimos, creativos, notables, innovadores, audaces, que han puesto cosas muy importantes y muy personales, que los han transformado en únicos y de eso supongo que a nadie le puede caber la menor duda. Pero de ahí a la genialidad, es decir al rango de genio, hay una distancia considerable que no puede soslayarse, porque una cosa es ser creativo y singular y otra muy diferente que califiquemos a todos los creativos y singulares de geniales. De hecho, este término de ha desperfilado mucho, precisamente por lo mismo: ya es habitual ver que cuando se trata de vender un producto, un disco, un vídeo, un libro, la cosa es tan simple como calificar de genial al autor del producto, queriendo con esto decir que dicho producto es absolutamente imprescindible y que el aficionado que no lo tenga, se está perdiendo algo demasiado importante, tanto, que así como se califica de genial al que esté de turno, se debería deducir que el que no lo adquiere es exactamente el polo opuesto y aquí ponga usted el calificativo que le parezca más apropiado.
Yo, desde mi muy personal interpretación del término, considero que en el flamenco el único auténtico genio que ha habido y hay, es Paco de Lucía. Que me perdonen los que piensan de otra manera, y bienvenida la conversación que deviene de la posibilidad de disentir, pero no reconozco a otro. Respecto a los demás, creo que tocar, bailar o cantar de una manera tan propia y singular que hace escuela y ese estilo personal trasciende y surgen artistas que aceptan la influencia, cuando no entran directamente en el plano de la imitación, es un tremendo mérito, eso está muy claro. Pero la genialidad también supone la creatividad como uno de los elementos básicos, el descubrimiento de algo que otros no han aportado antes y por lo tanto o lo ignoraban o no lo estaban buscando, o buscaban otras cosas, pero lo cierto es que no sé si cabe hablar de genialidad cuando la propuesta no acaba siendo lo suficientemente trascendente como para que fuera de Andalucía primero y fuera de España después, esa manera de hacer las cosas se transforme en una corriente o en un estilo que se explora, se aprende y se cultiva en todos los lugares en que se hace flamenco y el nombre de ese ser genial que nos propuso aquello, es conocido en los cuatro puntos cardinales.
No sé si en otras culturas sucederá lo mismo, pero los latinos somos muy proclives a elevar la medida de las virtudes de determinadas personas cuando éstas mueren. Así, son ya varios los artistas flamencos que en vida fueron destacados, aplaudidos y valorados, pero nadie los calificó de geniales y nadie nos advirtió a tiempo que estábamos siendo mezquinos en el reconocimiento a ese artista que, precisamente cuando ha muerto, se viene a descubrir que era genial, pero ¿lo era en realidad? Y si lo era ¿cómo nadie se dio cuenta oportunamente?
Hay muchos “geniales” hoy en día, si damos crédito a lo que nos aseguran los medios, pero si medimos esa genialidad con la vara del verdadero genio, sospecho que la mayoría dista bastante de serlo: lo que hacen, lo hacen muy, pero muy bien, se destacan de la media, pueden llegar a ser históricamente sobresalientes, podemos imitarlos o al menos tomar de ellos muchas buenas ideas, podemos aprendernos su biografía y conseguir una foto inmensa para poner donde podamos verla cada vez que queramos, podemos transformarlos en una opción, tratar de transitar por el camino que ellos abrieron, pero si caemos en la tentación de decir que son geniales, al único que lo es de verdad lo rebaja y a los que han sido fabricados los asciende a un rango que no les corresponde.
Es una opinión personal y, por suerte, usted tiene perfecto derecho a no estar de acuerdo con ella.
Carlos Ledermann