16 abril 2006

Otra vez lo mismo


Yo sé que este tema lo he tratado antes, no aquí pero sí en la revista de flamenco Alma100 de Madrid, España, y también en la desaparecida web flamencoamerica.com, pero ya que la situación se presenta una vez más, vuelvo sobre el asunto porque no parece que vaya a cambiar y mientras no cambie, habrá que seguir poniéndolo en el tapete.
En los próximos días llega a Santiago una persona a la que aprecio y admiro mucho: Sara Baras. Obviamente viene con su elenco, para presentar aquí el espectáculo “SABORES”, pero nuevamente el precio de las entradas es sumamente elevado, de hecho más que en cualquiera de sus tres visitas anteriores. Esto significa que, también una vez más, los flamencos tendrán que hacer malabares para juntar el dinero que importa la entrada y comprar las más baratas y pasar a formar parte de esa especie de “periferia” del público del teatro, el que queda instalado allá arriba, junto al techo y mirando la escena por sobre o por debajo de un fierro que impide que, además, se caigan desde una altura considerable. Una vez más, en consecuencia, veremos como el espectáculo flamenco de Sara Baras, que en todo caso ninguna culpa me parece que tiene en este asunto, se transforma en un evento social de aquellos en que mucho más que ver, interesa ser visto y ojalá aparecer en unos días más en las páginas sociales de algún diario aunque de flamenco se entienda muy poco, para no decir, abiertamente, nada. Por favor, si es cuestión de afinar el oído y tomar nota del tenor de los comentarios a la salida...
No estoy tratando de decir que los responsables del precio de las entradas tengan la obligación de velar por el beneficio de la gente que hace flamenco, ya que asumo que los artistas tienen un costo y para recuperarlo las localidades deben tener un valor que garantice poder pagar los cachet que esos artistas ponen, pero de todas formas a los que trabajamos en el flamenco esta situación nos parece sumamente injusta.
No sé cuál podría ser la solución a este problema y mucho menos sé si a los responsables del mismo les interesa, siquiera un tanto así, buscar dicha solución. No hay que ser un iluminado para sospechar que en realidad ni siquiera se les ha pasado por la mente este asunto, total, los flamencos no suelen pertenecer, económicamente hablando, al estrato ABC1 y en consecuencia no interesan porque no ayudan a financiar nada. Así, aquellas personas que saben de flamenco porque lo enseñan, lo cultivan, lo estudian o lo hacen profesionalmente y por lo tanto son -o debieran ser- las directas beneficiarias de estos espectáculos, van a tener que arreglárselas para ver “Sabores” y en muchos casos tendrán que conformarse con que alguien les cuente cómo era, porque no van a poder asistir. Ya sé, positivamente, de unas cuantas de estas personas que han decidido simplemente olvidarse del tema y eso no puede seguir ocurriendo. Argumentar que el flamenco “no es muy conocido” aquí en Chile y por eso traer algo es muy caro, es un recurso burdo: el flamenco tiene ya en nuestro país un público que lo sigue donde vaya, un público que compra discos, encarga libros, lee revistas y navega por Internet en busca de una actualización permanente, es decir, hay una afición considerable de extremo a extremo de este largo país y esto lo digo responsablemente, pues en años de viajar por él, he encontrado escuelas de baile y gente aficionada incluso en las dos ciudades extremas. Si no fuera así, ni mis colegas ni yo habríamos podido presentar nuestros espectáculos en esas ciudades, es así de obvio.
Por otra parte, cada vez que ha venido una figura importante del flamenco a nivel mundial, el teatro se ha llenado hasta el techo, incluso cuando la promoción ha sido tan mala y descuidada como cuando vino Vicente Amigo, que igual tuvo el teatro repleto : su nombre, muy conocido en Chile, no necesitó la publicidad en colores que se ha hecho a otros espectáculos. Haciendo un mínimo esfuerzo de memoria, veremos que casi siempre ha sido necesario agregar uno ó más conciertos, en atención a la demanda del público, de manera que aquí, desconocido, el flamenco no es.
Como en el actual esquema económico no se ve solución para este problema, yo propongo que cuando venga a Chile un gran pianista, una gran orquesta, una gran bailarina o un gran cantante de ópera, entreguemos -a precio de galería- las plateas y primera fila de palcos a los flamencos (somos muchos, así que esos espacios los llenamos, eso es seguro) y las segundas y terceras filas, las localidades con vista parcial de escenario y la galería se pongan a la venta para los abonados, para los entendidos en esas especialidades, para los músicos en general y para los que no son un problema porque tampoco entienden de arte absolutamente nada y aunque compran abonos para las temporadas para efectos de RRPP, en realidad siempre escuchan a Luis Miguel y jamás a Mozart . Y, hecho el experimento, preguntemos a los que tuvieron que ver esos ballets, esas óperas y esos conciertos por sobre o por debajo del famoso fierro, qué les pareció el cambio de roles.
Pero también, ya fuera de ironías, propongo que las personas que tienen el sartén por el mango en este tema de traer figuras del flamenco, se pongan por un minuto en los zapatos de los que no pueden ir a verlas, conversen con la gente del flamenco y traten en conjunto de idear alguna alternativa para que aquellos que de verdad entienden de flamenco y por lo mismo les interesa y motiva la visita de esas figuras mucho más que a los que pueden ir a ver las actuaciones de artistas a los que nunca siquiera habían oído nombrar, puedan verlas. A lo mejor no todo tiene que ser solo un buen negocio.
¿O irremediablemente sí y los que no pueden ser parte del negocio se tienen que quedar en casa?

Carlos Ledermann