09 abril 2008

Esto de tocar la guitarra flamenca...


A través de 24 años de dar clases de guitarra flamenca a tantos alumnos que he tenido, factibles de clasificarse en brillantes, muy buenos, buenos, aceptables, regulares, no muy buenos, del montón, mediocres y el resto imaginable de la nómina, he visto que detrás del júbilo que les produce percibir sus progresos (hablo de los cuatro primeros tipos de los señalados) hay a veces un doble afán que celebro cuando se lo administra sanamente. Me explico: primero están las ganas de aprender. Luego, el proceso de preparación técnica que le antecede necesariamente, porque lo primero que debemos conseguir es sonar a flamenco antes de abordar el estudio de un tema. Luego, el logro de tocar un primer tema completo, memorizarlo y encontrar todo lo que hay en él en materia de música, ritmo, matices, intenciones, colores, texturas, mensajes. Luego, aprender un segundo, un tercero y un noveno y muchos más y empezar a sentir que ya se está en camino. Luego, descubrir que se puede empezar a acompañar clases en una escuela de baile, que se puede tocar en una velada artística no sé dónde o que ya se puede integrar un grupo. Luego, que ya se puede pensar en crear falsetas propias y más tarde temas. Y así sucesivamente, ir desarrollándose y creciendo hasta sentir que todo esto ha valido la pena. Ese es el primero de los dos afanes de que hablo.

Para entonces, ya ha aparecido el deseo de mostrar públicamente el trabajo que se está haciendo y seguramente ya se han tenido oportunidades de hacerlo, seguramente no en las “Arenas de Verona”, pero sí en los escenarios a los que puede acceder quien recién empieza su camino. Y aquí surge de modo casi inevitable el segundo afán: deslumbrar al respetable. Yo también fui joven y sé que esto es parte del proceso. Uno está explorando la guitarra y sobre todo está explorándose a sí mismo, está poniéndose a prueba día a día y está poniéndose metas cada vez más altas. En esta etapa, la autocrítica debiera jugar un rol protagónico y ser el pilar de nuestro quehacer, para no cometer errores que luego nos van a dar respuestas que de pronto no habíamos pedido. Estoy diciendo que he visto a muchos jóvenes talentosos y llenos de condiciones naturales para tocar la guitarra, sufrir calladamente porque esto o aquello no les sale como querían y esto o aquello era la velocidad de El Grande, la limpieza de Vicente o la armonía de Sanlúcar. Y no les sale por una razón que, de tan simple, cuando se tiene 20 años no se entiende: no son ni Pacos, ni Vicentes ni Manolos, porque de cada uno de esos y de muchos más, solo hay uno, amigos: solo hay UNO. Y querer que haya dos y precisamente ser uno el segundo, es una fantasía infantil.

Todo esto se verifica de muchas maneras. Los hay que tocan “Tres Notas para decir Te Quiero” con la cabeza echada para atrás y el pelo tomado a la manera de tú sabes quién y hasta se hacen fotografiar en las mismas poses que tú sabes quién. Pero no tocan como tú sabes quién, entonces todo lo anterior es simplemente cosmético. Los hay que, en su desesperación por convencerte de que son lo que en realidad están lejos de ser (“dime de qué presumes y te diré de qué careces”) te cuentan unas historias de las que no hay pruebas ni testigos, porque el papel aguanta todo y el oído también, pero las cosas hay que demostrarlas, y entonces el no conocedor se las cree y al cabo jura que está ante un iluminado al que la humanidad no ha descubierto. Los hay que se tiran 8 horas diarias con la guitarra, pero no estudiando sino tratando de tocar “La Barrosa” como su autor y mientras más fielmente la reproduzcan, más flamencos y más artistas se sienten. Y como ande cerca otro que toca SU alegría, seguramente mucho más sencilla y más humilde pero SUYA, éstos vienen, le piden la guitarra y le tiran a la cara “La Barrosa”, queriendo con ello aplastarlo con su “superioridad” y decirle “no vales nada, mira cómo toco yo”. La estupidez tiene mil caras y ésta es una de las que suelen verse más a menudo y para colmo - y esto es lo más patético- en base a mérito ajeno porque la pieza la compuso otro. Y ese pobrecito ha sufrido y ha gastado energías hasta lograr que la “La Barrosa” le suene “igual que en el disco”, pero nunca te lo dirá y en lugar de reconocerlo, si es que al devolver la guitarra dice algo (los “winner” la entregan y se van mirando hacia otra parte) será que “la sacó en media hora”. Mentira. Y además con toda seguridad ni siquiera sabe a qué se denomina La Barrosa.

Otros, optan por componer su propia música –éstos ya van por buen camino- y vuelcan todas sus energías en ello, pero les ocurre que como en su cabeza siguen merodeando uno de Algeciras, uno de Guadalcanal pero criado en Córdoba, alguno de Caño Roto y otro de Jerez, salen con unas cosas que no las pueden tocar porque son extremadamente difíciles. Cuando la música sale de la cabeza, se vuelve imperfecta, pero si en tu cabeza la concebiste para extra terrestres, cuando quieras tocarla tú, la guitarra te recordará que eres de este planeta. Y esa dificultad no tenía otro objetivo que darse a conocer.

Podría seguir enumerando situaciones de ese tipo, pero mi tema hoy es otro, porque aunque son muy escasos a esa edad, resulta que también los hay que canalizan inteligentemente sus afanes y un día se miran al espejo y se aceptan como son, con sus defectos y sus virtudes. Estos personajes sacan, con ese solo hecho, una ventaja muy difícil de remontar a los clones de los grandes, porque los grandes llegaron a ser grandes cuando se aceptaron a sí mismos, se asumieron y generaron un estilo personal que partió desde una premisa básica: potenciar lo que se puede hacer y no desgastarse en lo que no se puede. Cuando eso se logra, se empiezan a encontrar las herramientas, las mejores herramientas para construir algo sólido. Cuando existe la capacidad de asumirse a sí mismo, surge también la conciencia de que con qué cuento y con qué no; qué hago bien y que no hago bien; qué es lo mejor que tengo y qué es lo peor y con ese equipaje bien clasificado, empezar a caminar.
Creo, te lo digo sinceramente, que todo depende de cómo es la relación que has creado y mantienes con tu guitarra. Si la sientes como enemiga, ten la seguridad de que lo será y será una enemiga feroz y despiadada. Si la sientes cómplice, de ella sacarás cosas muy buenas. Y si crees que tu guitarra es el trampolín a la fama, llénala de tierra, ponle una planta de interior y dedícate a otra cosa.

No es razonable sufrir cuando se toca la guitarra, que para eso basta con salir a la calle y verás que el mundo está lleno de razones más fuertes. ¿Qué tal cosa no te resulta? Sigue tratando hasta que definitivamente, o te salga, o debas dejarlo. ¿Qué tal cosa te sale con facilidad? Entonces poténciala y haz de ella una herramienta expresiva y aplícala con mesura, sin abusar. ¿Que no aciertas a componer con lógica y con coherencia? Pide ayuda, pide consejos, replantéate tus objetivos, pero no te rindas. Y sobre todo, créete lo que haces, porque si tú no te lo crees, no vas a convencer jamás a nadie: haz bien lo que puedas hacer y olvídate de lo que no puedas.
¿No eres español y tocas la guitarra flamenca? Si eso te hace dudar de la validez de tu trabajo y de tu derecho a tocar la guitarra en el estilo que te dé la gana, entonces anda y riega la planta que le pusiste dentro a tu guitarra, porque ¿cuántos no negros tocan jazz en el mundo? ¿cuántos alemanes, franceses, mexicanos, japoneses, panameños o peruanos tocan rock y nadie les pone peros? ¿cuántos tocan Bach sin ser alemanes o Bartok sin ser húngaros? De hecho ¿cuántos compatriotas tuyos tocan la música de tu país?
Ah, vale, si son muchos, entonces como ese mercado ya está bien abastecido, tú tienes todo el derecho a tocar otra cosa.
Así de simple. Y así de complejo.

Carlos Ledermann

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