19 junio 2006

Aprendiendo a oscuras

Cuando sacamos la guitarra del estuche para estudiar, por lo general ya sabemos lo que vamos a hacer, lo que vamos a tocar, o si vamos a trabajar en la composición de una pieza. Si la idea es trabajar la técnica, haremos diversos ejercicios destinados a aspectos en particular que necesitamos reforzar o perfeccionar. Pero hay otras actividades que deberíamos hacer, orientadas a afinar nuestra relación con el instrumento y que en general veo que muy pocos guitarristas desarrollan y que tienen que ver, por ejemplo, con la mecánica de la pulsación en las dos familias de cuerdas que hay en la guitarra: las primas y las bordonas. Es evidente que pulsar la segunda cuerda no tiene relación de fuerza e intención con pulsar la quinta, ya que ambas requieren de dinámica muy diferente. Cuando hacemos un ejercicio de picado, es aconsejable reparar conscientemente en estas diferencias y asumirlas como una dificultad más que superar.
Pero tal vez uno de los ejercicios más alucinantes sea el que consiste en trabajar completamente a oscuras, ya que al quedar privados de las dimensiones y las relaciones tiempo-espacio, que dependen de la vista, estamos a merced de la memoria y de nuestra propia motricidad fina. Es lo que un amigo define como “la memoria de los dedos”. Si queremos saber hasta qué punto dominamos un ejercicio o una falseta, es bueno tocar a oscuras. Pero también es bueno a oscuras tomar la guitarra, desprenderse de todo concepto técnico y estético y empezar a producir notas de manera aleatoria, donde los dedos vayan cayendo lo más al azar posible. Evitar el apuro, que de eso no se trata en absoluto, sino de hacerlo muy pausadamente, solo negras (ojalá blancas) y en tiempo lento, pero escuchando con total atención la nota producida, su color, su textura, su timbre y su intención, es decir, abandonarse al acto de producir sonidos e ir analizando todos estos puntos cada vez que se produce uno nuevo. Es verdad que si hay un dedo puesto y otro pulsando, algo va a sonar, pero ¿cómo va a sonar? ¿cómo queremos que suene? ¿cómo nos gustaría que suene? ¿es así como sonamos en realidad o este sonido es solo el que estamos produciendo aquí y ahora?
El tema del sonido es complejo, qué duda cabe, pero no hay que desatenderlo y este ejercicio a oscuras arroja muchas respuestas a nuestras interrogantes debido a que no estamos tocando nada en particular, no estamos pendientes de una línea melódica definida ni de un entramado armónico, no estamos tratando de tocar una falseta o una pieza concreta y de sonar como suena en el disco del que la sacamos, no estamos tratando de ser veloces ni de impresionar a nadie: sencillamente estamos produciendo sonidos, pero más concretamente estamos a solas y a oscuras con nosotros mismos y estamos escuchando nuestros propios sonidos. Este ejercicio sirve también para calibrar milimétricamente nuestros movimientos, para averiguar si cuando estamos privados de la visión la simultaneidad de los movimientos de los dedos de ambas manos es la misma que cuando podemos ver lo que hacemos. Privados de la visión, nos queda la posibilidad de escuchar con mayor atención lo que suena, sentir cómo se va apagando una nota, evaluar entre las correctas y las defectuosas porque a oscuras se cometen errores con mayor facilidad, y sobre todo queda abierta la posibilidad real de conocer mejor la voz de nuestra guitarra, su verdadera identidad sonora, la calidad y potencia de sus armónicos e identificar las notas que menos los producen. En una guitarra convencional, no todas las notas producen el mismo tipo y la misma calidad de armónicos, y no estoy hablando de esos armónicos que uno hace poniendo apenas un dedo sobre la cuerda, sino de los armónicos naturales que el instrumento puede producir en cada nota bien ejecutada. En fin, que privados de la visión, el abrazo que damos a nuestra guitarra adquiere otra dimensión mucho más sensual y cálida y hasta podemos percibir cosas que a plena luz no percibíamos porque había mucho que ver y eso distraía la mente y la atención.
Hay muchísimos buenos guitarristas que ejecutan con una soltura técnica impresionante, frasean con fluidez y con lógica, interpretan con intención y con musicalidad, pero su sonido no es de buena calidad, no se han preocupado del tema como un entendido se preocupa de las características de un buen vino y esto se parece a aquello en alguna medida: en ambos elementos hay una textura, hay un color, hay un cuerpo. Y si a un buen vino agregamos un buen sonido...
Con frecuencia veo a los estudiantes de guitarra tocar sin mirar lo que hacen y en lugar de eso, fijar la vista en un horizonte imaginario e invisible, o simplemente pasear la mirada por el entorno, como si en lugar de tocar la guitarra estuvieran allí para hacer un catastro de lo que hay en las paredes. Hecha la observación, algunos dicen que así tocan mejor, que si miran las cuerdas se confunden y conocí a uno que se mareaba, pero lo cierto es que, en lo muy personal, yo no he visto a ningún gran guitarrista, de la corriente o estilo que fuera, tocar sin poner atención a sus dedos, lo mismo que no he visto a ningún gran pianista tocar Rachmaninov sin mirar el teclado. Por favor, puede que haya de unos y de otros y que yo no los haya visto no significa que eso no sea posible, pero de lo que sí he visto puedo deducir que mirando lo que se hace las cosas van a mejor, porque ¿cómo voy a concentrarme realmente si estoy permitiendo que lo que veo interfiera en la atención que necesito dispensar al instrumento que toco y a la mecánica con que lo toco?
Los ejercicios a oscuras de los que hablo, no van a resultar más fáciles a los que tienen la costumbre de no mirar lo que hacen y casi puedo asegurar que se van a sentir más desconcertados y extraviados puesto que a oscuras no van a tener dónde posar la mirada o por qué pared pasearlos y se van a ver enfrentados de pronto a una situación no solo desconocida sino también algo invalidante.
Por último, no es mala idea dedicar parte del proceso creativo al trabajo a oscuras, ya que en esas condiciones lo único que queda por hacer es escuchar en lugar de oír, que no es lo mismo, y por lo tanto, las relaciones armónicas y las estructuras melódicas se percibirán y se establecerán con mucho mayor claridad. De hecho, muchas personas colocan un disco en su equipo y no lo escuchan realmente: hablan mientras la música suena, hacen otras cosas, salen de la habitación, vuelven a entrar, se distraen y en realidad solo oyeron el disco, pero no lo escucharon y en esas condiciones no es posible tener un buen nivel de apreciación musical y mucho menos una opinión valedera sobre nada. De verdad merece la pena hacer la prueba de escuchar música concentradamente y a oscuras, porque será una experiencia mucho más intensa y artísticamente provechosa en todo sentido. Y si lo que escuchas a oscuras es tu propio sonido, el de tu propia música, te aseguro que aprenderás mucho, incluso de ti mismo.
Te invito a hacer la prueba.
Carlos Ledermann